Nunca se supo quién
jaló el gatillo, escribí
La empecé a escribir como
otro cuento que nunca se iba a publicar. Investigué. Leí. Busqué información de
décadas pasadas en la Biblioteca Nacional y en la Universidad de Costa Rica. Pero aun
cuando hay mucha información sobre la dictadura y la revolución y los índices
económicos y sociales de Nicaragua, no encontré una novela que contara sobre la
vida de los muchos que fueron expulsados de sus barrios de infancia.
Fue por sentir ese vacio que empecé a entrevistar, a veces informalmente en conversaciones breves y otras
con preguntas formuladas a señoras de limpieza, personas de la construcción y
guardas de seguridad. Me sentaba en parques en el centro de San José solo para buscar conversa.
Le hablaba a cualquiera que hubiera vivido algo de la historia que me
interesaba conocer mejor, y un año después de haber empezado el proceso, renuncié
a mi trabajo. Viajé a Nicaragua y encontré un país de gente linda, gente amable. Hice el
recorrido inverso del que ahora se narra en el libro, llegando hasta una
pequeñísima y destartalada casa en un pueblo desolado en las afueras de León. Mientras los lugareños me miraban asumiendo que estaba perdido, toqué un par de
puertas, y escuchaba lo que me quisieran contar. Le compré tortillas palmeadas a una señora de piel
transparente y ojos brillantes demasiado vieja para trabajar de pie frente a un
fogón, y en pocas palabras, me contó que sus hijos le mandaban dinero de Costa
Rica.Fue en ese primer viaje
que el propósito del libro cambió: entendí el valor de la historia que
trataba de contar, y decidí que si el texto que trabajaba iba a ver la luz, iba a ser como tributo a una población invisible a la sociedad. De vuelta en Costa Rica, me apuré en
terminar el manuscrito.
Eventualmente, nervioso
hasta que me temblaban las piernas, se lo di a las primeras lectoras. Esa primera entrega sin duda fue la más difícil, trabajar por tanto tiempo y de pronto solamente dejarlo ir... Primero
Belinda y Merce me dieron la confianza
de seguir adelante. Luego Paola y mi madre con maestría y sensibilidad envidiable
leyeron, entendieron y mejoraron un manuscrito tosco y anguloso. Luego fue
Laura Flores, filóloga y correctora de estilo quien tomó el texto y lo trabajó
como si fuera propio, haciéndolo digno de imprenta. Aun cuando llevaba casi dos
años trabajándolo, fue solo hasta después de ellas cinco que sentí que el libro
era real.
Mientras ellas lo tenían
llamé, conversé y pregunté buscando editoriales hasta llegar a la conclusión de
que tal vez, al igual que las disqueras en el ámbito musical, no se han querido
dar cuenta que el mundo cambió. Me sorprendió la enorme falta de interés con la
que se trata a un autor por ser desconocido. Todo lo que averiguaba en internet
me inclinaba a publicarlo de manera independiente, pero una pequeña espina con
ganas de mantenerse dentro de lo convencional me hacía dudar. No se puede
escribir un libro pensando en hacer dinero (yo no, al menos), pero las regalías
estándar son casi un insulto. Distinto a lo que se piensa en primera instancia,
el costo de impresión en comparación a no tener salario, a los viajes a Nicaragua
y a las reuniones que tuve escribiendo el libro, es bajo. Pero, fue hasta el
día en que tuve una larguísima conversación con un cordial desconocido
encargado de una editorial que, transmitiendo entrelíneas el auto-refuerzo a
una creencia cuyos cimientos se le derrumban, me dijo: Alonso, nadie te leería
un libro sin el respaldo de una editorial... después de esa llamada,
absolutamente convencido tomé la decisión de publicarlo de manera
independiente, por supuesto. Es más arriesgado y más ambicioso, pero bueh...
ahora, seis meses después de su lanzamiento, estoy feliz con la decisión.
Con el sol en la cara, rodeado de árboles floreados, cielo azul con evidencia de lluvias pasadas y una sonrisa extraña que evoca un sentimiento que sabe a incredulidad y a orgullo y a satisfacción, me siento a esperar no sé qué mientras veo como gota a gota una lluvia invisible llena el parabrisas y trato de calmarme. Sintiendo los nervios en el estómago y en las piernas, con la ayuda de un señor amable y hasta entonces desconocido, acabo de poner en la cajuela de mi carro el primer tiraje de una novela que lleva mi nombre en la portada.
–escribí por mensaje de texto
Lo empecé a escribir dos
años antes de su presentación como escribiendo un cuento más que nunca iba a
ver la luz, pero el apoyo a los
artículos del blog Como yo lo veo me dio el aire necesario para llevarlo un
poco más allá. Las clases de literatura con Delfino y los comentarios grupales
a mis escritos anónimos; las dadivosas conversaciones con Warren, con
Anacristina, con Rodolfo; la gentileza de tantísimos extraños contándome sus
historias; y el sentimiento exigente y auto-otorgado de darle voz a una
población que la sociedad ha mantenido en el anonimato ya por demasiado tiempo,
me llevaron a terminarlo.
No conozco las palabras
para agradecer el sentimiento que me produce haber vivido este proyecto, estar
viviéndolo. Realmente desearía que más personas tuvieran el privilegio de
sentir la gratitud desbordante que he sentido hacia tantas personas en el
proceso, muchas de ellas inclusive desconocidas. Escuchar las voces de aliento,
sentir la empatía de alguien hacia personajes creados en mi imaginación, sentir
lealtad hacia esos que quieren ayudar solo porque sí, experimentar la gama
completa de emociones que sentí antes de la presentación, en cada nota recibida
después, cada comentario y cada correo hasta el día de hoy.
Escribir este libro fue
como unir mil retazos encontrados todos de maneras distintas, y aun cuando el
nombre que sale impreso en la portada es el mío, este libro es muchísimo mejor
que algo que yo habría podido escribir solo. Sin duda, todo es más fácil con el
apoyo y el cariño de las personas que nos rodean, y por eso las gracias se las
debo a ellos, a ustedes, que hacen que la vida misma tenga sentido, que hacen
que el mundo gire.
Mientras escribo esta nota
que trataré de editar lo menos posible, se me dibuja una sonrisa que no podría
evitar, sentimiento que me encanta.
Un abrazo apretado fuerte
y sentido contactos, gracias por leer.
Uno a uno somos varios,
pero juntos, juntos somos inmortales.
Alonso Muñoz Solís
Jardines del Campo del
Moro, Madrid,
5 de Setiembre del 2014
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